Estudiar y ser parte de una universidad significa que no basta con ver la realidad y conocer sus problemas; la universidad, por su naturaleza comunitaria, crítica, científica, integradora, transdisciplinaria, nos implica e invita inmediatamente a actuar en ella: movernos, profundizar, ir más allá de la apariencia, de lo que se ve, de lo que nos insinúan, de lo que nos dicen los demás acerca de aquello que debemos pensar, decir y actuar.
La Universidad, cualquiera que sea esta, pública o privada, no puede reducirse a ser solamente un “medio eficaz”, es decir, para los que pertenecemos y colaboramos en ella -sea como profesores, estudiantes, administrativos, padres y madres de familia- que su naturaleza y quehacer sustancial sea únicamente el de “entrenar” y “mentalizar” a sus integrantes para conseguir “el éxito”, “el mejor trabajo”, “el mejor puesto”, a través de la carrera más popular, con mayor demanda, incluso, en la mayoría de la ocasiones, la más costosa.
Esta lógica, asocia e incuba –ingenuamente- un comportamiento pragmático y pobre acerca de la educación universitaria, resumida así: “entre más conocimientos y estatus se adquieren en la universidad, mayor éxito económico se logrará alcanzar”, para terminar insertos como “un engrane industrial” muy adecuado y con-formado para la lógica de la oferta y la demanda; seres humanos altamente productivos y rentables en el mercado como una “mercancía” que ofrece lo que sabe y los títulos obtenidos al mejor postor. ¡Nada más cercano a nuestra realidad actual! debilitando lo que somos, personas con valores, convicciones, con sensibilidad humana e intelectual, con compromiso social y cultural amplios. ¡Qué paradójico! la universidad -apreciada desde este enfoque- termina por empobrecer y reducir a la persona, el principal factor que la constituye y para el cual se debe.
En este orden de ideas, te propongo mover el eje y rotar hacia otra perspectiva y otra posición: la nota constitutiva y principal de la universidad es educar y formar a la persona humana de manera integral. Entonces se vuelve necesario tomar distancia de esa visión “eficientista e intelectualista”, consecuencia de haber obtenido un grado académico, no para ser más y mejor persona, sino para “dar buenos resultados” en una compañía, fábrica, negocio; para producir y generar mucho dinero, tener muchas casas, carros, cuentas bancarias, etc., – y que no está mal tenerlos y lograr grandes aportes económicos a nuestra vida-, pero aquí no estamos evaluando esta dimensión de la vida, sino de la vocación esencial que tiene la Universidad con las personas que la integran.
En este último sentido, la universidad nace y está al servicio del ser humano, para formarlo y educarlo, primero como una persona, dentro de una perspectiva que integre todas sus dimensiones y sistemas. La universidad que, a través de su despliegue, saca lo mejor de cada persona, no como un producto que está a la venta, para buscar en el mercado a quiénes pagan más por ella, sino como una forma concreta del bien común.
Urge, pues, querido lector, dar un giro antropológico, ético y epistemológico en la concepción de la universidad y de la educación, ese que origina un cambio de actitud y de mentalidad. Una nueva ruta de vida que nos descoloque de nuestra posición actual para ubicarnos en el plano de la vida auténtica, esto es, en el punto adecuado para tomar la decisión de dejar atrás la simulación, la apariencia y las poses, de creernos “buenos” porque tenemos un título académico o un posgrado, porque no matamos, no secuestramos, no criticamos, no tenemos malos pensamientos…
La universidad asume el ser persona como un “alguien” y no un “algo”, no una “cosa”; significa que al ser “alguien” la persona no se tiene a sí misma, sino que se “es”, siempre estableciendo un diálogo de ser y no de tener. Ese “alguien” entonces es un “bien en sí mismo” y también un “bien” para con otro “alguien” que no es objeto ni mercancía de intercambio, sino un “bien” en y de “alteridad”, con una significativa vocación de relacionamiento con todo lo que existe en la realidad, un bien con vocación comunitaria.
Esto implica viajar al centro de la persona humana. Realizar un viaje y movernos de un lugar a otro, que nos exige resolver cuestiones que resultan fundamentales: saber hacia dónde voy, con qué objetivo lo hago, para qué lo hago, con qué lo haré, con quién lo haré.
Imagina por un momento iniciar un viaje hacia tu interior, hacia el centro de tu persona. Imagina que la universidad es la ruta, el mapa y el recurso necesitas para iniciar tan grande empresa, hacia ti, a mí, a los “otros”, al “nosotros”. Entonces México, nuestro querido país, sería un lugar menos violento, menos pobre y marginado, menos injusto y menos desigual.
Mtro. Roberto García Ortega
Coordinador de la Universidad Vasco de Quiroga en Querétaro, México.